Érase una vez un
planeta y un satélite que se querían mucho y viajaban juntos por la galaxia. Pero
había algo que les hacía distintos y especiales porque, extrañamente, era el planeta el orbitaba alrededor del satélite.
Cierto es que los planetas, satélites y cometas con los que se cruzaban de vez en cuando,
se quedaban sorprendidos al ver un planeta dando vueltas alrededor de su satélite,
pero esto les hacía sentirse aún más especiales.
Pasaban el tiempo charlando, inventando juegos y contando historias. Cuando les caían pequeños meteoritos, se reían por las cosquillas, y si alguna vez les caía uno grande, se consolaban mutuamente hasta que se les pasaba el dolor.
Estuvieron mucho
tiempo viajando juntos por el universo, ellos dos solos, y contemplaron los fenómenos más impresionantes, siempre uno cerca del otro y sintiendo que el amor les unía cada día un poco más. Había incluso algunas veces, cuando sus órbitas alcanzaban el punto más próximo, que sentían como si se acariciaran. En esas ocasiones ambos se ruborizaban y temblaban de emoción.
Con el paso del tiempo algo fue cambiando. Cada vez les costaba más escuchar lo que
el otro decía, y esto les asustaba y les ponía tristes. Pensaron que tal vez
sería que se habían resfriado y no podían hablar alto, o que se estaban
quedando sordos. Ninguno de los dos se daba cuenta de que lo que verdaderamente
ocurría era que sus órbitas se estaban separando.
Así siguieron durante mucho
tiempo, alejándose poco a poco hasta que quedaron tan separados que les era casi imposible comunicarse. Sin embargo, aun sentían el amor que
les había unido al principio, y cuando se miraban, sonreían contentos de saber que
seguían viajando el uno cerca del otro.
Un día, de pronto,
una pequeña estrella apareció en medio de los dos y, como si de una explosión se
hubiese tratado, ambos salieron despedidos en direcciones opuestas. Sin saber
cómo, planeta y satélite se encontraron orbitando cada uno por su lado alrededor de
esa nueva, pequeña y brillante estrella, en la dirección y a la velocidad que ésta marcaba.
Toda la galaxia les
felicitaba por tener la suerte orbitar alrededor de una estrella tan bella y
calentita. Pero aunque era cierto que se sentían afortunados por tener su propia estrella, también se encontraban más alejados que nunca y estaban apenados porque se echaban
de menos.
Muchas veces, tanto el planeta como el satélite, hicieron grandes
esfuerzos por cambiar sus órbitas para volver a encontrarse, pero cuando
parecía que podían conseguirlo, algún inoportuno suceso les volvía a separar.
Así es que, con el tiempo, se acostumbraron a viajar alejados el uno del otro,
y se conformaron con disfrutar del sol que compartían, y del amor que seguían
sintiendo a pesar de lo lejos que se encontraban.
Podría
parecer que se trata de una historia con un final triste, pero no es así. El pequeño sol fue
creciendo casi de manera imperceptible y, a medida que lo hacía, su fuerza iba
atrayendo cada vez más al planeta y al satélite, de forma que sus órbitas se
fueron acercando de nuevo; hasta que un día quedaron tan cerca como antes, y los tres quedaron entrelazados de tal manera que ninguna otra
fuerza del universo fue capaz de separarlos nunca jamás.
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