Érase una vez un niño al que regalaron un precioso globo rojo que flotaba alegremente atado a un fino cordel. En el otro extremo hicieron un lazo para que el niño pudiera meter el dedo y así, llevarlo siempre sin riesgo de que saliera volando. El niño estaba encantado con su globo y le parecía el más bonito del mundo. Lo llevaba consigo a todos lados, salvo al colegio, porque le obligaban a dejarlo en el pasillo y le daba miedo que se perdiera. Así es que, cada día al terminar el colegio, el niño salía corriendo hacia su casa para ver a su globo rojo, que le esperaba pacientemente pegado al techo de la habitación. Todos los días salían a la calle a jugar con los amigos. No era fácil tirar la peonza o subirse a los árboles con el globo atado a un dedo y, cuando jugaban al escondite, siempre le descubrían el primero porque se veía al globo flotando sobre su cabeza. Por las noches, se bañaban juntos después de cenar y, antes de acostarse, el niño le contaba historias de lugares lejanos
Érase una vez un pequeño arbolito que vivía en medio de un gran bosque. Era un árbol feliz que disfrutaba de todo cuanto había a su alrededor. Le encantaba escuchar el canto de los pájaros y sentir las cosquillas que los pequeños insectos le hacían con las patitas cuando subían y bajaban por su corteza. Le gustaba el calor que le daba el sol, el frescor que producía la lluvia, y cantar mientras dejaba mecer sus ramas por la fuerza del viento. Cada mañana temprano retumbaban las voces de los árboles más viejos, que despertaban al bosque dándole los buenos días, y él siempre respondía ilusionado “¡Buenos días!”. Por las noches, contaban historias maravillosas que él escuchaba con fascinación hasta quedarse dormido. El pequeño arbolito era muy amable con todas las plantas y los animales del bosque. Tenía muchos amigos y se pasaba el día jugando y charlando con ellos. En definitiva: era un arbolito feliz. Pasaron unos pocos años y el arbolito siguió creciendo, pero por alguna razón, t