Ir al contenido principal

LA NUBE QUE TENÍA MIEDO A LLOVER

 Érase una vez  una nubecilla que nunca había hecho lluvia. No se atrevía porque pensaba que si se vaciaba de toda su agua, desaparecería para siempre.

Le gustaba ir de aquí para allá acompañando a distintos grupos de nubes, así es que tenía amigas por todo el mundo. Tan pronto veía nubes les preguntaba hacia dónde se dirigían: "vamos a echar lluvia a la selva", "vamos a echar nieve al Polo Norte", "vamos a coger agua al océano". Cualquier plan le parecía estupendo.

Disfrutaba mucho de las tormentas, cuando todas las nubes se ponían a hacer ruido y luces, y echaban montones de agua sobre la tierra. Alguna vez, incluso se había atrevido a soltar un par de gotitas de agua, pero rápidamente se cerraba de nuevo por miedo a que se le escaparan todas.

Cuando iban muy hacia el norte o muy hacia el sur, la nubecilla lo pasaba peor porque las gotitas de agua que llevaba dentro se convertían en copos de nieve, que son más grandes y ocupan más espacio, así es que se hinchaba como una pelota y apenas podía avanzar. La pobre nubecilla se quedaba rezagada y para cuando llegaba donde estaban las demás, la nevada ya casi había terminado.

Un día encontró a un grupo de nubes que se dirigían hacia el Este. Esas nubes eran bastante guasonas y decidieron gastarle una pequeña broma. Le dijeron: "cierra los ojos, y cuando lleguemos verás qué sitio tan bonito." - La nubecilla cerró los ojos y al cabo de un rato preguntó: "¿los puedo abrir ya?" - "No aún no" - "¿Los puedo abrir ya?" - volvió a preguntar. - "No, aún no", le respondieron de nuevo. - "¿Los puedo abrir ya?" - "¡Sí! ¡Ya los puedes abrir!"

Cuando la nubecilla abrió los ojos se encontró de frente con una montaña gigante, la más grande del mundo, el Everest. La nubecilla pensó que se iba a chocar contra la montaña. Del susto que se dio, empezó a gritar y, sin darse cuenta, soltó todo el agua que llevaba. Los alpinistas que estaban escalando la montaña miraban para arriba extrañados: "¿Por qué se pone a llover, si hacía sol?" -  se preguntaban mientras se ponían los chubasqueros.

Las amigas de la nubecilla se partían de la risa. Ella las miró y comprendió que todo había sido una broma. 

Tras soltar el agua se sentía más libre y ligera que nunca. Esa sensación le produjo una enorme felicidad, tanta, que paró de gritar y empezó a reír. Había soltado toda su agua y no había desaparecido por ello. A partir de ese momento podría llenarse y vaciarse tantas veces como quisiera.

Para celebrarlo, todas las nubes se agarraron e hicieron un corro alrededor del Everest. 

Los alpinistas miraban hacia arriba alucinados. Nunca habían visto un anillo de nubes que girara alrededor de la montaña. Tal vez ese día no conseguirían alcanzar la cima de la montaña más alta del Mundo, pero sin duda habían visto un bonito espectáculo.


Comentarios

Entradas populares de este blog

EL CONCURSO DE PASTELES

Había una vez un pueblo aislado en lo alto de una montaña, que desde hacía muchos años era conocido en toda la comarca como el pueblo más aburrido del mundo. Sus habitantes apenas salían a la calle y cuando lo hacían, mostraban siempre un semblante tan serio que a cualquiera se le quitaban las ganas de hablar con ellos. El único sonido que se oía en el pueblo era el mugido de alguna vaca o el rebuzno de algún burro, pero incluso ellos parecían vivir intimidados por la seriedad de sus dueños y enseguida se callaban. Los pocos niños que había en el pueblo, al salir de la escuela, se sentaban en las puertas de sus casas, tristes y aburridos, con el único entretenimiento de jugar con algún insecto o alguna lagartija que pasara por ahí, pero sin armar mucho alboroto para no enfadar a los mayores. Sin embargo, todo cambiaba cuando estaban en el colegio. En una única clase en la que se juntaban niños y niñas de entre cinco y quince años, la profesora les contaba historias apasio...

EL GATO Y LA LUNA

En un pequeño pueblo de blancas casas y verdes campos, vivía un gato callejero que era conocido en todo el pueblo por tener una extraña afición: cada noche se subía a los tejados más altos para hablar con la Luna. Los vecinos del pueblo le tenían poca simpatía porque se pasaba las noches maullando y no les dejaba dormir. En alguna ocasión, había tenido que salir huyendo del ataque de algún vecino desvelado que, al grito de "¡Cállate de una vez, maldito gato!" le arrojaba lo primero que encontraba a mano.  Ningún otro animal era capaz de escuchar a la luna, así es que todos pensaban que el gato estaba loco de atar.  No ayudaba a causar buena impresión cuando el gato se revolcaba de la risa por alguna ocurrencia de la luna, que resultaba ser la mar de divertida, sobre todo cuando estaba llena. Tampoco le veían con buenos ojos cuando jugaban a las adivinanzas y se le oía decir palabras al azar: "una casa", "un piano", "el viento"; o cuando...

EL GLOBO ROJO

 Érase una vez un niño al que regalaron un precioso globo rojo que flotaba alegremente atado a un fino cordel. En el otro extremo hicieron un lazo para que el niño pudiera meter el dedo y así, llevarlo siempre sin riesgo de que saliera volando. El niño estaba encantado con su globo y le parecía el más bonito del mundo. Lo llevaba consigo a todos lados, salvo al colegio, porque le obligaban a dejarlo en el pasillo y le daba miedo que se perdiera. Así es que, cada día al terminar el colegio, el niño salía corriendo hacia su casa para ver a su globo rojo, que le esperaba pacientemente pegado al techo de la habitación. Todos los días salían a la calle a jugar con los amigos. No era fácil tirar la peonza o subirse a los árboles con el globo atado a un dedo y, cuando jugaban al escondite, siempre le descubrían el primero porque se veía al globo flotando sobre su cabeza.  Por las noches, se bañaban juntos después de cenar y, antes de acostarse, el niño le contaba historias de lugares...